Qué hija de puta

Daniela cogió el montón de cartones y empezó a formar las cajas con cinta adhesiva, una tras otra. No sabía cuántas iba a necesitar, pero las hizo todas, quizá porque intuía que aquella sería la tarea de menor dificultad. Con las solapas abiertas, desperdigadas por la casa, dispuestas a abrazar los recuerdos de nueve años de relación.

Víctor ya se había llevado la mayor parte de su ropa, salvo la que estaba para lavar y alguna cosa más. Daniela también encontró en su armario algún calcetín perdido y se pasó horas buscando la pareja, sin éxito. Al final decidió meterlo todo en una caja y la cerró con la sensación de que podía haber hecho algo más. Con un edding, simplificó cumpleaños, regalos porque sí, compras, conciertos, viajes y hasta la camiseta que llevaba el día que se conocieron. Todo se redujo a una sola palabra: ROPA.

Continuó por la habitación, convencida de que era mejor seguir algún tipo de orden, aunque fuera tan simple como el de la disposición de los muebles. Abrió el canapé y se quedó un buen rato mirando el interior. Pensó lo fácil que sería actuar como un niño y decir que todo era suyo, para no tener que hurgar en la memoria. Allí había muchas noches. Conversaciones, gritos, silencios. Proyectos que se quedaron por hacer, arrugados, como las sábanas sobre el colchón. Dentro de una maleta aún olía a playa, y a palas, y a libros mojados por el mar, tocados por manos impacientes en busca de alguna toalla. No quería nada de aquello y a la vez le costaba un mundo deshacerse de cualquier cosa. Al final optó por un reparto equitativo, sin fijarse demasiado en quién se quedaba con qué. Ningún nombre se le antojaba apropiado para las tres cajas que acababa de cerrar. Escribió AJUAR en ellas, por poner algo, mientras un torrente de lágrimas caía sobre las letras. Al intentar secarlas con la mano, terminó por emborronarlo todo; así por lo menos parecía más real.

En el salón empezó a vaciar las estanterías. Libros, vinilos y DVD’s conformaban un bodegón muy diferente desparramados dentro del cartón, mientras que los que sobrevivían en los estantes no mostraban su gratitud por ser los elegidos, y caían sin gracia, uno detrás de otro. McEnroe sonaba de fondo, en verdad, llevaba sonando años antes de aquel momento, como un preludio del futuro ya pasado. Ahora, en el presente, Daniela apilaba un montón de sonrisas enmarcadas, en las que solo cambiaba el fondo. Nueva York desde el Empire State, el parque Güell, los cuadros de Montmartre, los escaparates del Trastévere, la bahía de Halong, las olas de Mónsul… Lugares de paso que les habían visto crecer y hacerse pequeños, poco a poco, sin prisas, hasta que prefirieron caminar sin la compañía del otro.

En el mueble de la tele, el cajón de Víctor estaba lleno de papeles. Entradas de cine, mapas, notas… Daniela cogió una al azar y se arrepintió al instante “RUBITO, HAY QUE VER COMO RONCAS. DEBO SER MASOCA, PORQUE HE PENSADO QUÉ BONITO SERÍA VOLVER A DESPERTARME CONTIGO OTRO DÍA. LLÁMAME. DANIELA”. Parecía escrita por otra mujer, con su letra. ¿Dónde se fue? ¿Dónde acabó lo que tenían? Rabiosa, cogió el montón de hojas y lo aplastó con todo lo demás. TUS COSAS, apuntó. Y si eran de él, ¿por qué tenía que decidir ella qué era importante?

Horas después, con la casa repleta de cajas y bolsas de basura hasta arriba de trastos, con las paredes tatuadas por los cuadros que ya no colgaban en ellas, sintió que aún no había terminado, aunque ya no quedaba nada más que guardar. Quizá por eso, quizá porque ella no cabía en una caja y no quería dejarle marchar, volvió a sacarlo todo y a colocarlo en su sitio, una vez más.

Cuando acabó, exhausta, le escribió un último mensaje: “LO SIENTO, VÍCTOR. NO HE PODIDO RECOGER TUS COSAS. CREO QUE ES MEJOR QUE VENGAS TÚ A POR ELLAS”. Y Víctor, que nunca supo leer entre líneas, vio el whatsapp y pensó, “QUÉ HIJA DE PUTA”.



Tienes la vida delante de ti

Tienes la vida delante de ti.

Con 20, 30 y 70 años te seguirá esperando para darte todo lo que desees coger.

Tienes el poder de hacer lo que quieras con ella.

Hoy y mañana, porque ese poder te acompañará siempre.

Aunque ahora no lo sientas, tienes mucho valor.

Tanto como para empezar un millón de veces si hace falta.

Tienes la capacidad de no rendirte nunca. Y cuando quieras hacerlo, no lo hagas.

Porque en cada final encontrarás el principio de algo nuevo.

Incluso en los momentos que pienses que ya no puedes más, entonces, y sobre todo entonces,

verás que tienes la fuerza necesaria para tocar el cielo y subir más alto.

Tienes la vida delante de ti.

Ahora, ¿qué vas a hacer con ella?



Con las luces encendidas

No puedo dormir

-Yo tampoco -se ríe-. Parece que somos animales nocturnos.

-Algunos más que otros -ahora es ella la que sonríe, o eso intuye él al otro lado del teléfono-. ¿Siempre trabajas en el turno de noche?

Marcos mira el reloj y se da cuenta de que llevan hablando más de dos horas.

-Siempre. Desde hace tres años.

-¿Y cómo acabaste aquí?

-No sé, necesitaba un trabajo, mi madre conocía a alguien, lo típico…

Susana no contesta y deja al silencio jugar sus cartas. Sabe que para muchos resulta un sonido atronador.

-… La verdad es que… iba para actor. –le confiesa mientras piensa por qué aquellas palabras se escapan de su boca–. No era malo, o eso creo yo. Hacía teatro y de vez en cuando me cogían para algún anuncio. Hasta que un día dejaron de llamarme, los castings se fueron espaciando y no me salía nada. Me tiré seis meses sin ganar un duro y, claro, mi madre se cansó de pagarme el alquiler, el móvil, la gasolina… y me buscó esto.

-¿A quién intentabas parecerte?

-¿Cómo?

-Sí, cuando actuabas. Todos tenéis como un actor fetiche, ¿no?

-Pues me da un poco de vergüenza decirlo pero… a Antonio Resines.

-¿¡A Antonio resines!?

Los dos rompen a reír a carcajadas.

-¿Qué quieres que te diga? Me gusta la comedia.

-¡Eh! Si yo no digo nada. Es que me esperaba otra respuesta. No sé, Sean Penn, Jack Nicholson…

-Bueno, no estoy intentando impresionarte.

-¿Y por qué no?

A Marcos se le ocurren un millón de razones. Demasiadas. Al final se decanta por la salida más fácil.

-No sé, ¿debería?

Susana se ríe.

-Se ve que eres de los que piden permiso para todo.

-Puede ser, mi madre me educó así de bien.

-Hablas mucho de ella.

-Siempre que puedo. Era una gran mujer.

Vuelve a imperar el silencio y se hace el dueño y señor de la conversación, escoltado únicamente por la respiración de los dos. Él quiere buscar una excusa para colgar, ella solo desea pasar la noche con alguien, aunque su cama se quede vacía.

-Escucha, Susana.

-Madrid duerme con las luces encendidas –le interrumpe-. Echo de menos el mar.

-¿Tiene vistas tu habitación?

-Sí –afirma mientras corre un poco más las tupidas cortinas y apoya su cabeza en la ventana-. Es como si estuviera viendo una maqueta de Lego y se hubieran olvidado de poner los muñecos y los coches para simular algo de vida.

-Bueno, dale unas horas y verás como terminas viendo la Castellana llena de soldaditos uniformados con maletín y corbata.

-Ya, probablemente yo seré uno de ellos. No sabía que alguien me observaba desde arriba.

-A veces, cuando termino el turno, me subo a desayunar al restaurante de la última planta y veo cómo se despierta la ciudad. Va incluido en el trabajo: las mejores vistas de Madrid a 30 pisos de distancia.

-Así que, después de todo, eres un afortunado.

-Según con quién me compares, pero sí, me considero una persona con suerte.

-¿Y yo?

-No sabría decirte. Podrías ser una de esas emprendedoras que se ha montado su start up y ahora sale en todas las revistas de negocios. O igual trabajas para una multinacional y tienes un puestazo con un sueldo de 6 cifras o más. Pero también me juego el cuello a que vives pegada a una maleta y pasas más horas en el aeropuerto que en el salón de tu propia casa. Yo no querría tu vida.

-O también podría ser la amante de un pez gordo que le espera toda la noche en un hotel, sin saber si finalmente va a aparecer.

-No lo creo.

-¿No?

-Si fueras esa mujer, habrías llamado a otro.

-Bueno, he marcado el número del servicio de habitaciones.

-Claro, porque tenías hambre.

-Sí, y al final no he pedido nada.

-Te han alimentado mis palabras.

-Más de lo que crees.

-Eres increíble –por el tono de Marcos, Susana no sabe si sentirse halagada o no-. ¿Qué vas a hacer por la mañana?

-Trabajar supongo.

-Así que yo tenía razón.

-Puede ser… -admite mientras mira la cama aún sin deshacer y se imagina a los dos sobre ella-. ¿Y tú? ¿Vuelves al hotel mañana?

-No, libro cuatro días seguidos. Me bajo a Tarifa a coger olas –su voz suena a decepción. Por una vez, no le habría importado trabajar todos los días de la semana-. ¿Hasta cuándo te quedas?

-Me voy a Londres el miércoles. Parece que tendrás que decirle a tu compañero que se arme de paciencia con la loca del insomnio de la 2201.

-Nos hemos visto en muchas peores, de verdad.

-¿En serio? ¿Cómo cuáles?

-No puedo decírtelo, es secreto profesional.

-Venga, si no me dices nombres, es como si me contaras la típica historia que le pasó al amigo de un amigo.

-Viéndolo así -hace una pequeña pausa como si se lo estuviera pensando, aunque solo quiere hacerse un poco de rogar-… Una vez tuve que subir a una habitación en mitad de la noche a hacer de mediador en una discusión de pareja. Conseguí caerles tan mal que los dos terminaron poniéndose en mi contra y acabaron por reconciliarse. También me acuerdo de un hombre que llevaba años sin hablarse con su madre pero ese día se le antojaron unas fabes como las que comía de pequeño. Así que me dio la dirección y el teléfono de la señora y me pidió que le bajara unos tuppers. Desde Asturias.

-¡No!

-¡Sí! Y me hizo prometer que no le diría a su madre que eran para él.

-No me lo puedo creer. ¿Y lo hiciste?

-Por supuesto. La mitad de lo que gano me lo llevo en propinas y ese tipo de cosas las pagan muy bien.

-Pensé que me contarías cualquier historia de drogas o prostitutas.

-Y prostitutos. Pero eso es cosa del día a día de este trabajo, no tiene nada de especial.

Los dos se quedan callados. Saben lo que toca.

-Bueno, Marcos. Creo que debería intentar descansar algo –hace una larga pausa-. Siento no dejarte propina, la verdad es que te la has ganado.

-No digas tonterías. Si mañana tampoco puedes dormir, pídele a mi compañero una Dormidina. Te la dará sin problemas.

-¿No quieres que hable con él?

-No, no, no, solo te lo decía para que lo supieras. Él ha estudiado historia del arte, seguro que podéis tener una conversación apasionante.

-Quizá le llame para poder comparar –es mejor así, piensa-. Buenas noches, Marcos.

-Buenas noches, Susana –quiere decir algo más pero no se le ocurre nada. Los pitidos del auricular le devuelven a la realidad, en media hora acaba su turno.

Susana deja el teléfono en la mesilla y se sienta en esa cama que no es la suya, rodeada de cuadros desconocidos, de cortinas demasiado oscuras y de luces de emergencia que le indican en todo momento la salida, aunque no tenga dónde ir. ¿O quizá sí? Pensándolo bien, quién necesita dormir cuando puede disfrutar de un desayuno con las mejores vistas de Madrid a la luz del amanecer.



Al otro lado del muro

De un certero bocado, le arrebató el pincel y volvió junto a mí.
-Buen chico- le dije mientras acariciaba su piel de acero-. Y tú, ¡no te muevas! ¡Brigada androide!
Hacía mucho tiempo que no veía un arma tan peligrosa. Aquella forma fina y alargada nunca podría atravesar mis circuitos, pero la verdadera amenaza se escondía en la punta. Al acercarme al sospechoso, yo mismo pude comprobarlo. El dibujo de una puerta abierta dejaba entrever una vida llena de color al otro lado del muro. Era cuestión de tiempo que algún humano la viera y volviera a llenarse de esperanza.



Hombres de traje y gabardina

Mi abuelo lo sabía todo del cine. Los entresijos de cada rodaje, las obras maestras, las obras maestras que estaban a años luz de serlo, los directores que pasarían a la historia, los que nunca tuvieron un hueco en ella a pesar de su talento… Pero, sobre todo, estaba obsesionado con los actores. A muchos les conocía personalmente, a otros no tenía el gusto aunque, por la forma que hablaba de ellos, parecían íntimos. Yo creo que él era el que pagaba los tragos de todos, con tal de escuchar esas voces que habían marcado su memoria. O quizás solo fue testigo de sus noches más locas. El caso es que ninguno apareció el día de su entierro.


De pequeño, en vez de leerme cuentos para dormir, me confesaba todo tipo de historias que había oído en cualquier estreno de poca monta de la mismísima boca de los protagonistas. Enfundados en sus sombreros y gabardinas, fumando sin parar en la entrada, a la espera de que los fotógrafos llegaran para capturar el humo que lo impregnaba todo. Ese podía ser su salto definitivo a la fama, decían. Salir en la portada de los principales periódicos valía más que cualquiera de sus líneas en la película.


Yo me olía cuándo mi abuelo iba en su busca por la ropa. En cuanto escuchaba el tocotó de su bastón por el pasillo, me levantaba del sofá a toda velocidad. Él también se movía todo lo rápido que podía para evitar preguntas que no tenía ganas de contestar. Al final, mi juventud se hacía valer y siempre conseguía llegar antes de que cruzara la puerta. No hacían falta palabras; sus aires de Cary Grant y su traje inmaculado le delataban.


Le gustaba aparecer horas antes del sarao para coger un buen sito en la sala. Antes, estudiaba el terreno y se imaginaba por dónde continuarían la noche. Muchas veces se equivocaba, pero otras, la suerte empujaba sus pasos y acababa quemando la ciudad con ellos.

Debía ser muy buen actor, pienso yo, quizás mejor que todos los que alguna vez le rodearon, para hacerles ver que tenía una vida tan interesante como la suya, cuando en casa solo le esperábamos mi madre y yo, y un montón de paredes desnudas, sin cuadros, ni libros, ni fotografías.


Una vez me contó que estaba en la barra del bar Perico Chicote con la mirada perdida en su whisky, hasta que un caballero lo cogió y se lo bebió de un trago. Pensó que no se iba a dar cuenta, y así podría haber sido si no le llega a avisar uno de los camareros. El tipo estaba francamente borracho y balbuceó como pudo una disculpa en inglés. Mi abuelo le reconoció enseguida. ¡Como para no hacerlo! Era Humphrey Bogart huyendo de sí mismo en un Madrid que, por aquella época, tenía pocas ganas de juerga. Con la tontería se bebieron mano a mano otra botella de whisky, mientras Boggie le confesaba que nunca había engañado a Betty a pesar de que todos, incluso ella, pensaran lo contrario. O, al menos, eso fue lo que entendió.


Pocos años después, mi abuelo falleció llevándose a la tumba la mayor parte de sus historias. Igual por eso nunca comprendí su amor ciego por el cine. Porque, a pesar de ser invidente, está claro que él veía la vida a través de las películas.



Tienes derecho

Tienes derecho a vivir encerrada.

A pedir permiso casi por existir.

A salir al mundo de la mano

de tu padre, de tu hermano

y de cualquier hombre que te posea.


Tienes derecho a expresarte

solo con los ojos.

A taparte el pelo, la boca,

el cuerpo, las piernas, los senos.

A no conocer la sensación

del agua salada en tu piel.


Tienes derecho a dejar que decidan por ti.

A casarte sin tu consentimiento.

A ser mujer de un solo hombre.

A no enamorarte nunca.


Tienes derecho a compartir tu casa

con otras mujeres.

A competir con ellas.

A ver crecer a tus hijos con los suyos.


Tienes derecho a morir.

A recibir todos los golpes

que puedas sobrevivir.

A ser cubierta de ácido.

A sentir las piedras

que lanzan tus propios familiares.


Tienes derecho a guardar silencio



Invierno y primavera

Es invierno y primavera.

Será que el frío me hace

florecer por dentro.

O serás tú.

Faltan meses para que

acabe la estación.

Todavía quedan heladas,

lluvias torrenciales,

niebla, incluso nieve.

Pero qué bonita es la primavera.


Despedidas


No hay adiós

que salga de tu boca

sin una seguidilla

de lágrimas en mis ojos.